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Con estas razones se excusó Numa de admitir el reino; pero los Romanos ponían el mayor empeño en convencerle, rogándole además no diese lugar a que cayesen en nuevas disensiones y en la guerra civil, pues que no había otro ninguno en quien conviniesen los dos partidos; y retirados éstos, también su padre y Marcio, instando por su parte, le persuadían a que aceptase un don tan grande y que podía reputarse por divino. “Si tú- decían- no has menester riqueza por tu moderación, ni apeteces la gloria del mando y el poder, porque hallas mayor gloria en la virtud, piensa que el reinar es un servicio y obsequio a Dios, que despierta y no deja permanecer ociosa en ti tanta justicia: no rehúses, pues, ni deseches una autoridad que puede ser para ti un campo de grandes y brillantes acciones, proporcionando para los Dioses un culto magnífico y la mejora de costumbres para los hombres, que muy fácil y prontamente son conducidos y reformados por el que los manda. Estos mismos respetaron a Tacio, con ser un jefe advenedizo, y divinizan la memoria de Rómulo tributándole culto; ¿y quién sabe si también el pueblo vencedor mirará ya con hastío la guerra, y llenos de triunfos y de despojos, desearán por amor de la paz y de las buenas leyes un jefe sosegado y amigo de la justicia? ¿Y si del todo están enloquecidos con la guerra, no será mejor dirigir a otra parte sus ímpetus, pues que has de tener las riendas en la mano, y ser en beneficio de su patria y de todo el pueblo sabino un vínculo de benevolencia y concordia para con una ciudad floreciente, y que ha adquirido gran poder?” Uníanse también con estas cosas, según se cuenta, señales faustas, y gran celo y empeño de parte de sus conciudadanos que, luego que se divulgó la noticia del mensaje, acudieron a rogarle que fuese y se encargase del reino, para más segura unión e incorporación de los dos pueblos.

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