Los de las naves, habiendo visto su muerte, movieron un llanto que llegó a oírse desde la tierra, y levantando áncoras huyeron con precipitación. Ayudábalos un recio viento cuando ya estaban en alta mar, por lo que, aunque los Egipcios quisieran perseguirlos, desistieron de su propósito. Al cadáver de Pompeyo le cortaron la cabeza, arrojando el cuerpo desnudo a tierra desde el barquichuelo y dejándolo que fuera espectáculo de los que quisiesen verlo. Estúvose a su lado Filipo hasta que se cansaron de mirarlo; después, lavándolo en el mar y envolviéndolo en una miserable ropa suya, por no tener otra cosa, se puso a registrar por la orilla, y descubrió los despojos de una lancha gastados ya por el tiempo, pero bastante todavía para la mezquina hoguera de un cadáver, y aun éste no entero. Mientras los recogía y amontonaba, hallándose allí cerca un Romano ya de edad, que había hecho sus primeras campañas con Pompeyo cuando todavía era joven: “¿Quién eres- le dijo- tú, que tienes el cuidado de dar sepultura a Pompeyo Magno?” Respondióle que un liberto suyo: “Pues no has de ser tú solocontinuó- el que le preste tan debido oficio: admíteme a mí a la parte de este tan piadoso encuentro, para no tener tanto de qué culpar a mi suerte en esta ausencia de la patria, gozando entre tantas aflicciones el consuelo de tocar e incinerar con mis manos al mayor capitán que ha tenido Roma”. Estos fueron los funerales de Pompeyo. Al día siguiente, Lucio Léntulo, que sin saber nada de lo sucedido navegaba de Chipre y aportó a tierra, luego que vio la hoguera de un cadáver, y que al lado de ella estaba Filipo, al que aún no había conocido: “¿Quién es- dijo- el que cumplido su hado reposa en esta tierra? ¡Quizá tú- continuó- oh Pompeyo Magno!”; y habiendo desembarcado de allí a poco le prendieron y dieron muerte. Así acabó Pompeyo. De allí a breve tiempo llegó César al Egipto, que se había manchado con tales crímenes, y al que le presentó la cabeza de aquel le tuvo por abominable, volviendo el rostro por no verle; presentáronle también el sello, y al tomarlo lloró. Estaba en él grabado un león con la espada en la mano. A Aquilas y Potino les hizo dar muerte, y, habiendo sido el rey vencido en una batalla junto al río, no se volvió a saber de él. A Teódoto el Sofista no le alcanzó la venganza de César, porque huyó del Egipto, andando errante y aborrecido de todos; pero Marco Bruto, en el tiempo en que mandó después de haber dado muerte a César, le encontró en el Asia, y habiéndole hecho sufrir toda clase de tormentos le quitó la vida. Las cenizas de Pompeyo fueron entregadas a Cornelia, que, llevándolas a Roma, las depositó en el Campo Albano.