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Tiénese por la más sobresaliente prenda de un bien general el que cuando es superior precise a los enemigos a pelear, y cuando le falten fuerzas no se le precise contra su voluntad; y haciéndolo así, Agesilao se conservó siempre invicto; y del mismo modo, César cuando era inferior no contendió con Pompeyo para no ser derrotado; pero cuando se vio superior le obligó a ponerlo todo en riesgo, haciéndole pelear con solas las tropas de tierra, con lo que en un punto se hizo dueño, de caudales, de provisiones y del mar. Recursos de que aquél abundaba sin combatir; y la defensa que de esto quiere hacerse es el mayor cargo de un general tan acre- ditado, pues el que un caudillo que empieza a mandar sea intimidado y acobardado por los alborotos y clamores de los que le rodean, para no poner por obra sus acertadas determinaciones, es llevadero y perdonables; pero en un Pompeyo Magno, de cuyo campamento decían los Romanos que era la patria, el Senado y el Pretorio, llamando apóstatas y traidores a los que en Roma obedecían y a los que hacían las funciones de pretores y cónsules, en este caudillo, a quien no habían visto nunca ser mandado de nadie, sino que todas las campañas las había hecho de generalísimo. ¿Quién podrá sufrir el que por las chocarrerías de Favonio y Domicio y porque no le llamaron Agamenón hubiese sido violentado a poner a riesgo el imperio y la libertad? Y si sólo miraba a la vergüenza e ignominia del momento presente, debió hacer frente en el principio y combatir en defensa de Roma; y no que, después de haber hecho entender que aquella fuga era un golpe maestro como el de Temístocles, tuvo luego por una afrenta el dilatar la batalla en la Tesalia. Porque no le había señalado ningún dios las llanuras de Farsalia para que fueran el estadio y teatro donde lidiase por el imperio, ni tampoco se le mandó con pregón que allí o combatiera o dejara a otro la corona, sino que el ser dueño del mar le proporcionaba otros campos, millares de ciudades y la tierra toda, si hubiera querido imitar a Máximo, a Mario, a Luculo y al mismo Agesilao; el cual no sufrió menos contradicciones en Esparta por el empeño de que combatiera con los Tebanos, que les ocupaban el país, ni dejó de tener que aguantar en Egipto calumnias y recriminaciones de parte del rey, cuando le persuadía que era conveniente no aventurarse. Usando, por tanto, a su albedrío del más acertado consejo, no sólo salvó a los Egipcios contra la propia voluntad de ellos y conservó siempre en pie a Esparta en medio de tales agitaciones, sino que además erigió en la ciudad un trofeo contra los Tebanos, preparando que otra vez pudieran vencer por el mismo hecho de no dejarse violentar cuando ellos querían perderse. Así, Agesilao mereció las alabanzas de los mismos que antes le violentaban por verse salvos, y Pompeyo, errando por condescender con otros, tuvo por acusadores a los mismos a quienes cedió. Dicen, sin embargo, algunos en su defensa que fue engañado por su suegro, porque, queriendo ocultar y apropiarse los caudales traídos del Asia, precipitó la batalla con el pretexto de que ya no había fondos; mas aun cuando así pasase, no debió dejarse engañar un general, ni tampoco, inducido con tanta facilidad en error, poner tan grandes intereses en el tablero. Estos son los puntos de vista desde los cuales considerarnos, en cuanto a estas cosas, a uno y otro.

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