Componíase su ejército, según los que dicen menos, de treinta mil hombres de infantería y cinco mil de caballería, y los que más le dan hasta treinta y cuatro mil infantes y cuatro mil caballos; y para todo esto dice Aristobulo que no tenía más fondos que setenta talentos, y Duris, que sólo contaba con víveres para treinta días; mas Onesícrito refiere que había tomado a crédito doscientos talentos. Pues con todo de haber empezado con tan pequeños y escasos medios, antes de embarcarse se informó del estado que tenían las cosas de sus amigos, distribuyendo entre ellos a uno un campo, a otro un terreno y a otro la renta de un caserío o de un puerto. Cuando ya había gastado y aplicado se puede decir todos los bienes y rentas de la corona, le preguntó Perdicas: “¿Y para ti ¡oh rey! qué es lo que dejas?” Como le contestase que las esperanzas, “¿Pues no participaremos también de ellas -repuso- los que hemos de acompañarte en la guerra?” Y renunciando Perdicas la parte que le había asignado, algunos de los demás amigos hicieron otro tanto; pero a los que tomaron las suyas o las reclamaron se las entregó con largueza, y con este repartimiento concluyó con casi todo lo que tenía en Macedonia. Dispuesto y prevenido de esta manera, pasó el Helesponto, y bajando a tierra en Ilión hizo sacrificio a Atena y libaciones a los héroes. Ungió largamente la columna erigida a Aquileo, y corriendo desnudo con sus amigos alrededor de ella, según es costumbre, la coronó, llamando a éste bienaventurado porque en vida tuvo un amigo fiel y después de su muerte un gran poeta. Cuando andaba recorriendo la ciudad y viendo lo que había de notable en ella, le preguntó uno si quería ver la lira de Paris, y él le respondió que éste nada le importaba, y la que buscaba era la de Aquileo, con la que cantaba este héroe los grandes y gloriosos hechos de los varones esforzados.