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Dióle todavía a Darío más confianza el graduar de tímido a Alejandro al ver que se detenía mucho tiempo en la Cilicia; pero su detención provenía de enfermedad, que unos decían había contraído con las grandes fatigas, y otros, que por haberse bañado en las aguas heladas del Cidno. De todos los demás médicos, ninguno confiaba en que podría curarse, sino que, reputando el mal por superior a todo remedio, temían que, errada la cura, habían de ser calumniados por los Macedonios; pero Filipo de Acarnania, aunque se hizo cargo de lo penosa que era aquella situación, llevado, sin embargo, de la amistad, y teniendo a afrenta el no peligrar con el que estaba de peligro, asistiéndole y cuidándole hasta no dejar nada por probar, se determinó a emplear las medicinas, y le persuadió al mismo Alejandro que tuviera sufrimiento y las tomara, procurando ponerse bueno para la guerra. En esto, Parmenión le escribió desde el ejército previniéndole que se guardara de Filipo, porque había sido seducido por Darío con grandes dones y el matrimonio de su hija, para quitarle la vida. Leyó Alejandro la carta, y sin mostrarla a ninguno de los amigos la puso bajo la almohada. Llegada la hora, entró Filipo con los amigos, trayendo la medicina en una taza: dióle Alejandro la carta, y al mismo tiempo tomó la medicina con grande ánimo y sin que mostrase ninguna sospecha; de manera que era un espectáculo verdaderamente teatral el ver a uno leer y al otro beber, y que después se miraron uno a otro, aunque de muy diferente manera; porque Alejandro miraba a Filipo con semblante alegre y sereno, en el que estaban pintadas la benevolencia y la confianza y éste, sorprendido con la calumnia, unas veces ponía por testigos a los dioses y levantaba las manos al cielo, y otras se reclinaba sobre el lecho, exhortando a Alejandro a que estuviera tranquilo y confiara en él. Porque el remedio, al principio, parecía haber cortado el cuerpo, postrando y abatiendo las fuerzas hasta hacerle perder el habla y quedar muy apocados todos los sentidos, sobreviniéndole luego una congoja; pero Filipo logró volverle pronto, y restituyéndole las fuerzas hizo que se mostrase a los Macedonios, que se mantuvieron siempre muy desconfiados e inquietos mientras que no vieron a Alejandro.

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