De allí a poco, estando ya para mover contra Darío, sucedió que, condescendiendo con sus amigos en un banquete y francachela, llegó hasta el punto de permitir que concurriesen mujerzuelas a comer y beber con sus amantes. Sobresalía entre éstas Tais, amiga de Tolomeo, que más adelante vino a ser rey, natural del Ática; la cual, ya celebrando cuidadosamente las dotes de Alejandro, y ya haciéndole graciosas añagazas, con el calor de la bebida llegó a pronunciar una expresión que, si bien no desdecía de las costumbres de su patria, parecía, sin embargo, que no podía provenir de ella. Porque dijo que en aquel día recibía la recompensa de cuanto había padecido en sus marchas y peregrinaciones por el Asia, pudiendo tratar con el último desprecio a la orgullosa corte de los Persas, y que su mayor gusto sería quemar en medio de aquel regocijo el palacio de Jerjes, que había incendiado a Atenas, siendo ella quien le diera fuego en presencia del rey, para que corriera por todas partes la voz de que mayor venganza habían tomado de los Persas, en nombre de la Grecia, unas mujerzuelas que tantas tropas de mar y de tierra y tantos generales con el mismo Alejandro. Dicho esto, se levantó al punto grande algazara y aplauso, exhortándola y acalorándola sus amigos, tanto, que inflamado el Rey se levantó y echo a andar el primero, poniéndose una corona y tomando una antorcha. Siguiéronle todos los del festín con gritería y estruendo, distribuyéndose alrededor del palacio; y los demás Macedonios que lo entendieron acudieron también con antorchas, sumamente contentos, porque echaban la cuenta de que el abrasar y destruir el palacio era de un hombre que volvía los ojos hacia su domicilio Y no tenía pensamiento de habitar en aquel país bárbaro. Unos dicen que por este término se dispuso aquel incendio, y otros que muy de propósito e intento; mas en lo que convienen todos es en que se arrepintió muy en breve, y dio orden para que se apagase.