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Siendo por naturaleza dadivoso, creció en él la liberalidad a proporción que creció su poder; y ésta iba siempre acompañada de afabilidad y benevolencia, que es como los beneficios inspiran una verdadera gratitud. Haremos memoria de algunas de sus dádivas. Aristón, general de los Peonios, había dado muerte a un enemigo, y mostrándole la cabeza, “Entre nosotros ¡oh Rey! -le dijo-, este presente se recompensa con vaso de oro”; Alejandro, sonriéndose: “Vacío -le contestó-, y yo te lo doy lleno de buen vino, bebiendo antes a tu salud”. Guiaba uno de tantos Macedonios una acémila cargada de oro del que se había ocupado al rey; y como ésta se cansase, tomó él la carga y la llevaba a cuestas. Viole Alejandro sumamente fatigado, y enterado de lo que era, cuando iba a dejarla caer: “No hagas tal -le dijo-, sino sigue tu camino y llévala hasta tu tienda para ti”. En general, más se incomodaba con los que no recibían sus beneficios que con los que le pedían, y a Foción le escribió una carta, en que le decía que no le tendría en adelante por amigo si desechaba sus favores. A Serapión, uno de los mozos que jugaban con él a la pelota, no le dio nunca nada, porque no pedía; y en una ocasión, puesto éste en el juego, alargaba la pelota a los demás; y diciéndole el Rey: “¿Y a mí no me la alargas?” “Si no la pides” -le respondió; con lo que se echó a reír, y le hizo un gran regalo. Pareció que se había enojado con Proteas, uno de los decidores y bufones, que no carecía de gracia: rogábanle por él los amigos, y el mismo Proteas se presentó llorando y les dijo que estaba aplacado; mas como éste repusiese: “¿Y no empezarás ¡oh Rey! a darme de ello alguna prenda? mandó que le dieran cinco talentos. Cuánta hubiese sido su profusión en repartir dones y gracias a sus amigos y a los de su guardia, lo manifestó Olimpíade en una carta que le escribió. “De otro modo -le decía- sería de probar que hicieses bien a tus amigos y que te portases con esplendor; pero ahora, convirtiéndolos en otros tantos reyes, a ellos les proporcionas que tengan amigos y a ti el quedarte solo”. Escribíale frecuentemente Olimpíade por este mismo término, y estas cartas tenía cuidado de reservarlas; sólo una vez, leyendo juntamente con él Hefestión, pues solía tener esta confianza, una de estas cartas que acababa de abrir, no se lo prohibió, sino que se quitó el anillo y le puso a aquél el sello en la boca. Al hijo de Maceo, aquel que gozaba de la mayor privanza con Darlo, teniendo una satrapía, le dio con ella otra mayor; mas éste la rehusó, diciendo: “Antes ¡oh rey! no había más de un Darío, pero tú ahora has hecho muchos Alejandros.” A Parmenión, pues, le dio la casa de Bagoas, cerca de Susa, en la que se dice haberse encontrado en muebles hasta mil talentos. Escribió a Antípatro que se rodeara de guardias, pues habla quien le armaba asechanzas. A la madre le dio y envió muchos presentes; pero nunca le permitió mezclarse en el gobierno ni en las cosas del ejército; y siendo de ella reprendido, llevó blandamente la dureza de su genio; y una vez, habiendo leído una larga carta de Antípatro, en que trataba de ponerle mal con ella, “No sabe Antípatro -dijo- que una sola lágrima de mi madre borra miles de cartas.”

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