Es ciertamente de admirar que tuviese tiempo para escribir las cartas que escribió en obsequio de los amigos, como, por ejemplo, cuando un mozo de Seleuco se escapó a la Cilicia, dando orden de que le buscasen, tributando alabanzas a Peucestas por haber recogido a Nicón, esclavo de Crátero, y prescribiendo a Megabizo, con motivo de habérsele huido un esclavo al templo, que si podía lo aprehendiese fuera, procurando atraerle; pero en el templo no lo tocara. Dícese que al principio, cuando juzgaba las causas capitales, se tapaba con la mano un oído mientras hablaba el acusador, a fin de conservar el otro, para el reo, puro y libre de toda prevención; pero más adelante lo exasperaron las muchas calumnias que, envueltas con verdades, conciliaban crédito a la mentira. Lo que sobre todo le sacaba de tino y le hacía duro e inexorable era el que se le desacreditase: como que era hombre que prefería la gloria a la vida y al reino. Marchó entonces contra Darío para combatir segunda vez, pero habiendo llegado a sus oídos que Beso le había apresado, licenció a los Tésalos, añadiendo a sus soldados dos mil talentos de regalo. Con la marcha y persecución, que fue penosa y larga, habiendo andado a caballo en once días tres mil trescientos estadios, llegaron a flaquear y desalentarse la mayor parte, principalmente por la falta de agua. Allí se encontró con algunos Macedonios que en acémilas llevaban odres llenos de ella, y viéndole éstos mortificado de la sed, porque venía a ser entonces la hora del mediodía, llenaron sin dilación el casco y se lo presentaron; mas habiendo preguntado para quiénes conducían aquella agua, y ellos respondiesen: “Para nuestros propios hijos; pero viviendo tu, otros tendremos si perdiéremos éstos”, tomó al oírlo el casco en las manos; pero volviendo la vista y observando que los soldados de a caballo que le acompañaban todos tenían inclinada la cabeza y fijos los ojos en la bebida, lo devolvió sin haber bebido, y dándoles las gracias les dijo: “Si yo solo bebiere, éstos desfallecerán todavía más”; y ellos, viendo su templanza y su grandeza de ánimo, gritaron que los condujese con toda confianza, y aguijaron los caballos, porque ni se cansarían, ni tendrían sed, ni se acordarían que eran mortales mientras tuviesen un rey como él.