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La decisión en todos era igual, y se dice que, sin embargo, sólo fueron unos sesenta los que pudieron llegar hasta el campamento de los enemigos, en el que no hicieron cuenta del mucho oro y mucha plata que estaban amontonados, pasando también de largo por muchos carros de niños y, de mujeres que andaban errantes sin conductor y yendo siempre en persecución de los primeros, porque entre ellos habla de estar Darío. Encontrósele con dificultad, traspasado el cuerpo de dardos, tendido en un carro y muy próximo a fallecer; con todo, pidió agua, y habiendo bebido agua fría, dijo a Polístrato, que se la había dado: “Éste es, amigo, el último término de mi desgracia: recibir beneficios y no poder pagarlos; pero Alejandro te lo premiará, y los dioses a Alejandro el trato lleno de bondad que mi madre, mi mujer y mis hijos recibieron de él, a quien por tu medio doy esta diestra.” Y al decir esto, asido de la mano de Polístrato, expiró. Cuando llegó Alejandro se echó de ver cuánto lo sentía y quitándose su manto le arrojó sobre el cadáver y lo envolvió en él. Más adelante, habiendo podido aprehender a Beso, le hizo pedazos de este modo: doblando hacia dentro dos árboles derechos, hizo atar a cada uno un muslo, y después, dejándolos libres, con la fuerza con que se enderezaron, cada uno se llevó su parte; pero por entonces el cadáver de Darío, adornado como a la dignidad real correspondía, lo remitió a la madre, y a Oxatres, hermano de aquel, le admitió en el número de sus amigos.

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