Pasó toda aquella noche en lamentos; y como al día siguiente, cansado de gritar y llorar, estuviese callado, dando solamente profundos suspiros, recelando sus amigos de aquel silencio, entraron por fuerza, y a las expresiones de los demás no atendió; pero habiéndole recordado el agorero Aristandro la visión que había tenido acerca de Clito y la señal de las reses, para darle a entender que lo sucedido había sido disposición del hado, pareció que recibía algún alivio; por lo cual introdujeron también al filósofo Calístenes, que era deudo de Aristóteles, y a Anaxarco de Abdera. De éstos, Calístenes se fue introduciendo con dulzura y suavidad, procurando desvanecer con sus razones el disgusto y la pesadumbre; pero Anaxarco, que desde luego había tomado un camino en la filosofía enteramente nuevo, mirando con cierta altivez y desdén a los de su profesión, entró gritando sin otro preludio: “¿Este es aquel Alejandro en quien el orbe tiene ahora fija la vista y se está tendido haciendo exclamaciones como un miserable esclavo, temiendo el juicio y reprensión de los hombres, para quienes correspondía que él fuese la ley y norma de lo justo, si es que venció para imperar y dominar, y no para servir dominado de una gloria vana? ¿No sabes que Zeus tiene por asesores a la Justicia y a Temis, para que todo cuanto es ejecutado por el que manda sea legítimo y justo?” Empleando Anaxarco estos y otros semejantes discursos aligeró el pesar del Rey, pero pervirtió su moral, haciéndole más precipitado y violento; y al paso que él se ganó maravillosamente su ánimo, desquició el valimiento y trato de Calístenes, que ya no era muy agradable por la severidad de sus principios. Cuéntase que habiendo recaído una vez la conversación durante la cena sobre las estaciones y la temperatura del ambiente, Calístenes adoptó la opinión de los que sostenían que allí hacía más frío y era más duro el invierno que en Grecia, y que tomando Anaxarco con empeño la opinión contraria. “Pues tú -le repuso aquél-es preciso confieses que esta región es mucho más fría: porque tú pasabas allá el invierno en ropilla, y aquí duermes abrigado con tres cobertores”, lo que picó sobre manera a Anaxarco.