Incomodaba asimismo Calístenes a los demás sofistas y aduladores con ser buscado de los jóvenes por su elocuencia y merecer al mismo tiempo la aprobación de los ancianos por su tenor de vida, arreglado, decoroso y sobrio, con el cual confirmaba el que se suponía pretexto de su viaje, pues le daba la importancia de decir que para volver sus ciudadanos a la patria y poblarla otra vez había ido en busca de Alejandro. Sobre tenérsele envidia por su fama, daba también margen a que le calumniaran con negarse a los convites y con no dar alabanzas cuando a ellos concurría, atribuyéndose su silencio a afectación y displicencia; tanto, que Alejandro recitó para mortificarle aquella sentencia: No debe hacerse caso del sofista que aun en provecho propio nada sabe, Dícese que en cierta ocasión, habiendo sido muchos los convidados a la cena, se encargó a Calístenes entre los brindis que alabase a los Macedonios, y que desempeñó el encargo con tanta elocuencia, que, levantándose, le aplaudieron y arrojaron sobre él coronas de flores; a lo que Alejandro había dicho que, según Eurípides, al que toma para discurso digno asunto, le es fácil ser facundo; añadiendo: “Mucho mejor podrás mostrar tu habilidad acusando a los Macedonios para que se hagan mejores advertidos de aquello en que yerran”; con lo cual, cantando Calístenes la palinodia, había dicho mil cosas contra los Macedonios, y haciendo ver que la discordia y desunión de los Griegos fue la verdadera causa del incremento y poder de Filipo, había cerrado de este modo el discurso: En las revueltas de los pueblos suele el más ruin alzarse con el mando. De resultas de esto añaden que fue muy amargo y pesado el odio que contra él concibieron los Macedonios, diciendo Alejandro que Calístenes no había dado a éstos pruebas de su habilidad, sino de su ojeriza.