El combate de Poro desanimó mucho a los Macedonios, apartándolos de querer internarse más en la India: pues no bien habían rechazado a éste, que les había hecho frente con veinte mil infantes y dos mil caballos, cuando ya se hacía de nuevo resistencia a Alejandro, que se disponía a forzar el paso del río Ganges, cuya anchura sabían ser de treinta y dos estadios, y su profundidad de cien brazas, y, que la orilla opuesta estaba cubierta con gran número de hombres armados, de caballos y elefantes; porque se decía que le estaban esperando los reyes de los Gandaritas y los Preslos, con ochenta mil caballos, doscientos mil infantes, ocho mil carros y seis mil elefantes de guerra. Y no se tenga esto a exageración, pues Androcoto, que reinó de allí a poco, hizo a Seleuco el presente de quinientos elefantes, y con un ejército de seiscientos mil hombres corrió y sojuzgó toda la India. Al principio, de enojo y de rabia, se retiró Alejandro a su tienda y allí permanecía encerrado, diciendo que nada agradecía lo antes hecho si no pasaba el Ganges, y que miraba aquella retirada como una confesión de inferioridad y vencimiento. Mas representándole sus amigos lo que convenía y rodeando los soldados su tienda con lamentos y voces para hacerle ruegos, condescendió por fin y levantó el campamento, habiendo recurrido para forjarse ilusiones acerca de su gloria a arbitrios necios e invenciones extrañas; porque hizo labrar armas mucho mayores y pesebres y frenos para los caballos, de mucho mayor peso, y los fue dejando y esparciendo por el camino. Erigió también aras de los dioses que aún en el día de hoy veneran los reyes de los Presios, trasladándose a aquel sitio y ofreciéndoles sacrificios a la usanza griega. Androcoto, que era entonces muy joven, vio a Alejandro, y se refiere haber dicho después muchas veces que no estuvo en nada el que Alejandro se hubiera hecho dueño de todo por el desprecio con que era mirado el rey a causa de su maldad y de su ruin origen.