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Formó entonces Alejandro el proyecto de ir desde allí a ver el mar exterior, y construyendo muchos transportes y lanchas, navegaba con sosegado curso por el río. Mas no por eso era el viaje descansado y sin peligro, pues saltando en tierra y acometiendo a las ciudades, lo iba sujetatndo todo. Sin embargo, con los llamados Malos, que se dice ser los más belicosos de la India, estuvo en muy poco el que no pereciese. Porque a saetazos retiró a aquellos habitantes de la muralla, y puestas las escalas subió a ella el primero; pero habiéndose roto la escala, colocados los bárbaros al pie del muro, le causaron desde abajo diferentes heridas; mas él, sin embargo de tener muy poca gente consigo, tuvo el arrojo de dejarse caer en medio de los enemigos, quedando, por fortuna, de pie; y habiendo recibido gran sacudimiento las armas, les pareció a los bárbaros que un resplandor y apariencia extraordinaria discurría por delante de él. Así, al principio, huyeron y se dispersaron; pero al verle con sólo dos escuderos corrieron de nuevo a él, y algunos, aunque se defendía, le herían de cerca con espadas y lanzas, y uno que estaba más lejos le disparó del arco una saeta con tal fuerza y rapidez, que pasando la coraza se le clavó en las costillas junto a la tetilla. Cedió el cuerpo al golpe y aun se trastornó algún tanto, y el tirador acudió al punto sacando el alfanje que usan los bárbaros; pero Peucestas y Limneo se pusieron delante, y siendo heridos ambos, éste murió; pero Peucestas se sostuvo y Alejandro dio muerte al bárbaro. Había recibido muchos golpes, y, herido por fin con un mazo junto al cuello, tuvo que apoyarse en la muralla, quedándose mirando a los enemigos. Acudieron en esto los Macedonios y, recogiéndole ya sin sentido, le llevaron a su tienda, y al principio, en el ejército, corrió la voz de que había muerto. Sacáronle, no sin gran dificultad y trabajo, el cabo de la saeta, que era de madera, con lo que pudo desatarse, aunque también a mucha costa, la coraza, descubriendo así la herida y hallando que la punta, que, según se dice, tenía tres dedos de ancho y cuatro de largo, había quedado clavada en uno de los huesos. Al sacársela tuvo desmayos, en los que creyeron se quedara, pero luego se restableció. Aunque había salido del peligro, quedó todavía muy débil, y tuvo que pasar bastante tiempo guardando dieta y medicinándose; mas habiendo un día sentido a la parte de afuera a los Macedonios alborotados e inquietos por el deseo de verle, poniéndose una ropa salió adonde estaban. Sacrificó después a los dioses, y volviendo a embarcarse y dar la vela, sujetó nuevas regiones y muchas ciudades.

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