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Cuando esto oyó Alejandro, lo que es del hombre aquel dio fin, como los agoreros se lo proponían, pero decayó de ánimo y de esperanzas con respecto a los dioses y empezó a tener todos los amigos por sospechosos. Temía principalmente de parte de Antípatro y de sus hijos, de los cuales Iolao era su primer escanciador y Casandro hacía poco que había llegado; y habiendo visto a unos bárbaros hacer el acto de adoración, como hombre que se había criado al estilo griego, y nunca había visto cosa semejante, se echó a reír desmandadamente, de lo que Alejandro concibió grande enojo, y asiéndole por los cabellos le golpeó la cabeza contra la pared. En otra ocasión, queriendo Casandro hablar contra unos que acusaban a Antípatro, le interrumpió y “¿Qué dices?” -le preguntó- ¿Crees tú que hombres que no hubieran recibido ningún agravio habían de haber andado tan largo camino para calumniar?” Y replicándole Casandro que esto mismo era señal de que calumniaban, tener tan lejos la redargución y el convencimiento, se echó a reír Alejandro; y “Estos mismos son -le dijo- los sofismas de Aristóteles para argüir por uno y por otro extremo: tendréis que sentir, como se averigüe que les habéis agraviado aun en lo mínimo”. Dícese, por fin, que fue tal y tan indeleble el miedo que se infundió en el ánimo de Casandro, que largos años después, cuando ya reinaba en Macedonia y dominaba la Grecia, paseándose en Delfos y viendo las estatuas, al poner los ojos en la imagen de Alejandro se quedó repentinamente pasmado, y se le estremeció todo el cuerpo, de tal manera, que con dificultad pudo recobrarse del susto que aquella vista le causó.

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