Luego que Alejandro cedió a los temores religiosos, quedó con la mente perturbada de terror y espanto; y no había cosa tan pequeña, como fuese desusada y extraña, de que no hiciese una señal y un prodigio; con lo que el palacio estaba siempre lleno de sacerdotes, de expiadores y de adivinos. Si es, pues, abominable cosa la incredulidad y menosprecio en las cosas divinas, es también abominable, por otra parte, la superstición, que, como el agua, se va siempre a lo más bajo y abatido, y llena el ánimo de incertidumbre y de miedo, como entonces el de Alejandro. Sin embargo, habiéndose traído ciertos oráculos de parte del dios acerca de Hefestión, poniendo término al duelo volvió entonces a los sacrificios y los banquetes. Dio, pues, un gran convite a Nearco; y habiéndose bañado ya, como lo tenía de costumbre, para irse a acostar, a petición de Medio marchó a su casa a continuar la cena, y habiendo pasado allí en beber el día siguiente, empezó a sentirse con calentura, no al apurar el vaso de Heracles, ni dándole repentinamente un gran dolor en los lomos, como si lo hubieran pasado con una lanza: porque éstas son circunstancias que creyeron algunos deber añadir, inventando este desenlace trágico y patético, como si fuera el de un verdadero drama. Aristobulo dice sencillamente que le dio una fiebre ardiente con delirio, y que teniendo una gran sed bebió vino, de lo que le resultó ponerse frenético y morir en el día 30 del mes Desio.