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Los que aspiraban a que se les concediese el triunfo debían permanecer fuera de la ciudad, y los que pedían el consulado era preciso que lo ejecutasen hallándose presentes en ella: viéndose, pues, en este conflicto, y estando próximos los comicios consulares, envió a solicitar del Senado que se le permitiese estando ausente mostrarse competidor del consulado por medio de sus amigos. Sostuvo Catón al principio la ley contra semejante pretensión, y después, viendo a muchos ganados por César, tomó el medio de destruir sus intentos con sólo el tiempo, consumiendo en hablar todo el día; pero éste resolvió entonces desistir del triunfo y atenerse al consulado. Entró, pues, en la ciudad al punto, y tomó por su cuenta una empresa que engañó a todos los demás ciudadanos, a excepción de Catón. Era ésta la reconciliación de Pompeyo y Craso, que tenían el mayor poder en la república; y uniéndolos César en amistad de la discordia en que estaban, juntó en provecho suyo el poder de ambos, y, haciendo una obra que tenía todos los visos de humana, no se echó de ver que iba a parar en el trastorno de la república. Pues no fue, como creen los más, la discordia de César y Pompeyo la que produjo la guerra civil, sino más bien su amistad, habiéndose reunido primero para acabar con la aristocracia, aunque después volviesen a discordar entre sí. Catón, prediciendo muchas veces todo lo que iba a suceder, entonces fue tachado de hombre díscolo y descontentadizo; pero a la postre adquirió fama de consejero prudente, aunque desgraciado.

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