Repartió César por precisión sus fuerzas, que ya eran de consideración, en diversos cuarteles de invierno, y marchando él a Italia, como lo tenía de costumbre, volvieron ahora a inquietarse por todas partes los Galos, y, dirigiéndose con ejércitos numerosos contra los cuarteles de los Romanos, intentaban tomarlos; la mayor y más poderosa fuerza de los sublevados, conducida por Ambíorix, había dado muerte a Cota y Titurio en su mismo campamento. A la legión mandada por Cicerón la cercaron con sesenta mil hombres, y estuvo en muy poco que la tomasen a viva fuerza, estando ya todos heridos, sino que por su valor se defendieron más allá de lo que podían. Dióse parte de estos sucesos a César, que se hallaba ya muy lejos, pero retrocedió con la mayor presteza, y juntando en todo hasta unos siete mil hombres marchó con ellos a ver si podía sacar del sitio a Cicerón. No se les ocultó a los sitiadores que le salieron al encuentro, ciertos de oprimirle, por el desprecio con que miraban sus pocas fuerzas; mas él, usando de ardides, les huía el cuerpo continuamente, y tomando una posición propia de quien peleaba con pocos contra muchos, fortificó su campamento, donde contuvo a los suyos de todo combate y los precisó a establecer trincheras y a hacer obras en las puertas, como si estuvieran temerosos, preparando así de intento el que lo despreciaran, hasta que, saliendo cuando los enemigos estaban sueltos y desordenados con la excesiva confianza, los deshizo y desbarató, haciendo en ellos gran matanza.