Esto comprimió muchas de las rebeliones de los Galos por aquella parte y también el que el mismo César corrió el país y acudió a todas partes en medio del invierno, estando muy atento a cualquiera novedad. Viniéronle además de Italia, en lugar de las tropas perdidas, tres legiones: dos que le prestó Pompeyo de las que estaban a sus órdenes y una que él había levantado en la Galia del Po. En tanto, lejos de allí brotaron y salieron a luz las semillas esparcidas de antemano y fomentadas en secreto por hombres poderosos entre las gentes más belicosas, de la guerra más porfiada y de mayor riesgo de cuantas allí se ofrecieron; semillas corroboradas con numerosa juventud, con armas buscadas por todas partes, con grandes caudales recogidos al intento, con ciudades fortificadas y con puestos casi inexpugnables. Era esto en la estación del invierno, y los ríos helados, las selvas cubiertas de nieve, las llanuras inundadas con los torrentes, los caminos confundidos con la profunda nieve, y la inseguridad de la marcha por los lagos y arroyos salidos de madre, todo parecía concurrir a poner a los rebeldes fuera del alcance de César. Eran muchas las gentes sublevadas; pero las que llevaban la voz eran los Arvernos y Carnutes; la autoridad suprema para la guerra se había conferido por elección a Vercingétorix, a cuyo padre habían dado muerte los Galos por parecerles que se erigía en tirano.