Las tropas que tenía consigo no eran más que unos trescientos caballos y cinco mil infantes, porque el resto del ejército lo había dejado al otro lado de los Alpes, y habían de conducirlo los que al efecto había enviado. Mas poniendo la vista en el principio de las grandes cosas que meditaba, considerando que el éxito de su primer acontecimiento no tanto necesitaba de grandes fuerzas como dependía del terror que produce el arrojo, y de la celeridad en aprovechar la ocasión, siéndole más fácil pasmar con la sorpresa que violentar con el aparato de tropas, dio orden a los jefes y cabos para que llevando sólo las espadas, sin otras armas, ocuparan a Arímino, ciudad populosa de la Galia, a fin de tomarla con la menor confusión y muertes que fuese posible, para lo que dio las correspondientes fuerzas a Hortensio. Por lo que hace a él mismo, pasó el día a la vista del público, asistiendo al espectáculo de unos gladiadores que se ejercitaban; pero a la caída de la tarde se bañó y ungió, se restituyó a su cámara, pasó un breve rato con los que tenía convidados a cenar, y levantándose de la mesa, cuando apenas era de noche, habló con grande afabilidad a todos los demás, y les dijo que le aguardaran, aparentando que había de volver; mas a unos cuantos de sus amigos les tenía prevenido que le siguiesen, no todos juntos, sino unos por una parte y otros por otra. Montó, pues, en un carruaje de los de alquiler, tomando al principio otro camino; pero volviendo luego al de Arímino, cuando llegó al río que separa la Galia Cisalpina del resto de la Italia, llamado el Rubicón, como el estar más cerca del riesgo se ofreciese con más viveza a su imaginación lo grande la empresa, cesó de correr, y aun detuvo enteramente la marcha, revolviendo en su ánimo muchas cosas, mudando en silencio de dictamen, ya hacia uno, ya hacia otro extremo, y haciendo en su propósitos continuas variaciones. Mostróse asimismo muy perplejo a los amigos que se hallaban presentes, de cuyo número era Asinio Polión, calculando con ellos los grandes males de que iba a ser, principio el paso de aquel río y cuánta había de ser la memoria él quedara a los que después vendrían. Por fin, con algo de cólera, como si dejándose de discursos se abandonara a lo futuro, y pronunciando aquella expresión común, propia de los que corren suertes dudosas y aventuradas, Tirado está ya el dado, se arrojó a pasar y, continuando con celeridad lo que restaba de camino, llegó a Arímino antes del día y lo ocupó. Dícese que la noche anterior a este paso tuvo un sueño abominable, pues le pareció que se acercaba a su madre con una mezcla que sin horror no puede pronunciarse.