Luego que llegaron ambos a Farsalia y se acamparon a corta distancia, Pompeyo volvió a adoptar su antiguo propósito, y más que tuvo apariciones infaustas y una visión entre sueños, pareciéndole en ésta que se veía en el teatro, aplaudido por los Romanos; pero los que tenía consigo estaban tan confiados y habían concebido tales esperanzas del vencimiento, que sobre el pontificado máximo de César lle- garon a altercar Domicio, Espínter y Escipión, disputando entre sí, y muchos enviaron a Roma personas que alquilaran y se anticiparan a tomar las casas proporcionadas para cónsules y pretores, dando por supuesto que al instante obtendrían estas dignidades acabada la guerra. De todos, los que más instaban por la batalla eran los de caballería, llenos de vanidad con la belleza de sus armas, con sus bien mantenidos caballos, con la gallardía de sus personas y aun con la superioridad del número, pues eran siete mil hombres, contra mil que tenía César. En la infantería tampoco había igualdad, porque cuarenta y cinco mil habían de entrar en lid contra veintidós mil.