Reunió César sus soldados, y diciéndoles que dos legiones que le traía Cornificio estaban ya cerca y otras quince cohortes se hallaban acuarteladas con Caleno en Mégara y Atenas, les preguntó si querían aguardar a aquellos o correr solos el riesgo de la batalla; y ellos clamaron que nada de esperar, y más bien le pedían hiciera de modo que cuanto antes vinieran a las manos con los enemigos. Al hacer la purificación del ejército y sacrificar la primera víctima, exclamó al punto el adivino que al tercer día se decidiría en batalla la contienda con sus enemigos. Preguntándole César si acerca el resultado veía alguna buena señal de las víctimas: “Tú- le dijo- podrás responderte mejor por ti mismo, porque los dioses significan una gran mudanza y trastorno del estado actual en el contrario; por tanto, si a ti te parece que ahora te va bien, debes esperar peor fortuna, y mejor si entiendes que te va mal”. A la media noche de la que precedió a la batalla, cuando recorría las guardias, se vio una antorcha de fuego celeste que, siendo brillante y luminosa mientras estuvo sobre el campo de César, cayó al parecer en el de Pompeyo, y a la hora de la vigilia matutina percibieron que se había suscitado un terror pánico entre los enemigos. Con todo, él no esperó que se diese en aquel día la batalla, y así, levantó el campo como para encaminarse a Escotusa.