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La primera demostración de benevolencia que recibió del pueblo fue cuando, contendiendo con Gayo Popilio sobre el tribunado militar, fue designado el primero, y la segunda y más expresiva todavía cuando, habiendo muerto Julia, mujer de Mario, de la que era sobrino, pronunció en la plaza un magnífico discurso en su elogio, y en la pompa fúnebre se atrevió a hacer llevar las imágenes de Mario, vistas entonces por la primera vez después del mando de Sila, por haber sido los Marios declarados enemigos públicos. Porque como sobre este hecho clamasen algunos contra César, el pueblo les salió al encuentro decididamente, recibiendo con aplausos aquella demostración, maravillado de que, al cabo de tanto tiempo, restituyera como del otro mundo aquellos honores de Mario a la ciudad. El pronunciar elogios fúnebres de las mujeres ancianas era costumbre patria entre los Romanos; pero no estando en uso el elogiar a las jóvenes, el primero que lo ejecutó fue César en la muerte de su mujer, lo que le concilió cierto favor y el amor de la muchedumbre, reputándole, a causa de aquel acto de piedad, por hombre de benigno y compasivo carácter. Después de haber dado sepultura a su mujer partió de cuestor a España con Véter, uno de los generales, al que tuvo siempre en honor y respeto, y a cuyo hijo, siendo él general, nombró cuestor a su vez. Después que volvió de desempeñar aquel cargo se casó por tercera vez con Pompeya, teniendo de Cornelia una hija, que fue la que más adelante casó con Pompeyo el Magno. Como fuese pródigo en sus gastos, parecía que trataba de adquirir a grande costa una gloria efímera y de corta duración, cuando, en realidad, compraba mucho a costa de poco: así, se dice que antes de obtener magistratura ninguna se había adeudado en mil y trescientos talentos. Encargado, después, del cuidado de la Vía Apia, derrochó mucho de su caudal, y como, creado edil, presentase trescientas veinte parejas de gladiadores, y en todos lo demás festejos y obsequios de teatros, procesiones y banquetes hubiese oscurecido el esmero de los que le habían precedido, tuvo tan aficionado al pueblo, que cada uno excogitaba nuevos mandos y nuevos honores con que remunerarle.

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