Terminadas que fueron estas cosas, designado cuarta vez cónsul, marchó a España contra los hijos de Pompeyo, jóvenes todavía, pero que habían reunido un numeroso ejército y mostraban en su valor ser dignos de mandarlo; tanto, que pusieron a César en el último peligro. La batalla, que fue terrible, se dio junto a la ciudad de Munda, y en ella, viendo César batidos a sus soldados y que resistían débilmente, corrió por entre las filas de los de todas armas, gritándoles que si habían perdido toda vergüenza lo cogiesen y lo entregasen a aquellos mozuelos. Por este medio consiguió, no sin grande dificultad, que rechazaran con el mayor denuedo a los enemigos, a los que les mató más de treinta mil hombres, habiendo perdido por su parte mil de los más esforzados. Al retirarse ya de la batalla dijo a sus amigos que muchas veces había peleado por la victoria, y entonces, por primera vez, por la vida. Ganó César esta batalla el día de la fiesta de las Bacanales, diciéndose que en igual día había salido Pompeyo Magno para la guerra, y el tiempo que había mediado era el de cuatro años. De los hijos de Pompeyo, el más joven huyó, y del mayor le trajo Didio la cabeza de allí a pocos días. Esta fue la última guerra que hizo César, y el triunfo que por ella celebró afligió de todo punto a los Ro- manos, pues que no por haber domado a caudillos extranjeros o reyes bárbaros, sino por haber acabado enteramente con los hijos y la familia del mejor de los Romanos, oprimido de la fortuna, ostentaba aquella pompa; y no parecía bien que así insultase a las calamidades de la patria, complaciéndose en hechos cuya única defensa ante los dioses y los hombres podía ser el haberse ejecutado por necesidad; así es que antes ni había enviado mensajeros ni escrito de oficio por victoria alcanzada en las guerras civiles, como si de vergüenza rehusase la gloria de tales vencimientos.