No obstante que era de unas costumbres muy benignas y muy humanas, en su semblante parecía inaccesible y ceñudo, de manera que con dificultad se llegaban a él los que antes no le habían tratado. Por esta causa, habiendo hablado en una ocasión Cares contra su ceño, como los Atenienses se riesen, “ningún mal- les dijo- os ha hecho mi ceño, mientras que la risa de éstos ha dado mucho que llorar a la república”. Por este término el lenguaje de Foción, siendo útil por las sentencias y saludables pensamientos, encerraba una concisión imperiosa, severa y algo picante: pues así como decía Zenón que el filósofo debía remojar su dicción en el juicio, a este mismo modo la dicción de Foción en pocas palabras mostraba gran sentido; y a esto parece que aludió Polieucto de Esfecia cuando dijo que Demóstenes era mejor orador, pero Foción más elocuente Porque así como la moneda a que se ha dado gran estimación pública tiene mucho valor en pequeño volumen, de la misma manera la verdadera elocuencia consiste en significar muchas cosas con pocas palabras. Así, se cuenta de Foción que en cierta ocasión, estando ya lleno el teatro, se paseaba por la escena estando todo embebido dentro de sí mismo, y diciéndole uno de sus amigos: “Parece, oh Foción, que estás meditando”, le respondió: “Sí, medito qué es lo que podré quitar del discurso que voy a pronunciar a los Atenienses.” El mismo Demóstenes, que miraba con alto desprecio a los demás oradores, cuando se levantaba Foción solía decir en voz baja a sus amigos: “¡Ea! ya está ahí el hacha de mis discursos.” Mas quizá esto mismo debió atribuirse a sus costumbres, puesto que una palabra sola, o una seña de un hombre de bien, tiene una fuerza y un crédito que equivale a millares de argumentos y de períodos.