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Decretada ya sin arbitrio la guerra contra Filipo, y elegidos, por estar él ausente, otros generales, luego que volvió de las islas lo primero que trató de persuadir al pueblo fue que, estando Filipo inclinado a la paz, y manifestando recelar demasiado los peligros de la guerra, admitieran sus proposiciones; y como alguno de los que no hacen más que dar vueltas por la plaza y tejer calumnias se le opusiese, diciendo: “¿Y tú, oh Foción, te atreves a disuadir a los Atenienses, cuando ya están con las armas en la mano?” “Yoles repuso-; a pesar de que sé que si hay guerra te mando yo a ti, y en la paz eres tú el que me mandas”. No los convenció, sin embargo, y como viese que prevaleció la opinión de Demóstenes de que los Atenienses llevaran la guerra bien lejos del Atica, “Amigo mío- le dijo-, no miremos dónde haremos la guerra, sino cómo venceremos: porque así es como estará la guerra lejos; mas si fuéremos vencidos, siempre tendremos toda calamidad encima”, Fueron, en efecto, vencidos; y como los que no saben más que alborotar y promover novedades llevasen a empellones a la tribuna a Caridemo, tratando de hacerlo general, los hombres de juicio y de probidad temieron, y celebrando consejo del Areópago ante el pueblo, con ruegos y con lágrimas obtuvieron, aunque a duras penas, que la república se pusiese en manos de Foción. Éste fue de opinión que debían aceptarse las condiciones benignas y humanas que propusiese Filipo; mas pasando Demades a dictar la de que la república había de tener parte en la paz común y en la junta de los Griegos, no vino en ello antes de saber cuáles serían las intenciones de Filipo respecto de los Griegos. No se siguió su dictamen, y hubo de ceder por consideración a las circunstancias, y como viese bien pronto arrepentidos a los Atenienses, por serles preciso aprontar a Filipo galeras y caballos, temió esto misino, y les dijo: “Me opuse yo antes; mas pues que lo habéis pactado, es preciso llevarlo con paciencia y con buen ánimo, teniendo presente que nuestros mayores, mandando a veces y a veces mandados, pero ejecutando siempre lo uno y lo otro del modo que convenía, salvaron a la ciudad y a los Griegos”. Muerto Filipo, no permitió que el pueblo hiciera festejos por la buena nueva, lo uno, porque parecía cosa indecente, y lo otro, porque las fuerzas que los habían batido en Queronea no se habían disminuido más que en una sola persona.

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