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La muerte de Demóstenes en la isla Calauria y la de Hipérides cerca de Cleons, de las que hemos hablado en otra parte, casi engendraron amor y deseo en los Atenienses de Alejandro y de Filipo; y lo que después, por haber muerto Antígono y haber empezado los que le mataron a mortificar y afligir a los pueblos, dijo en Frigia un rústico, que, como cavase en un campo y le preguntasen qué hacía, respondió: “Busca a Antígono”; esto mismo les ocurría decir a muchos, acordándose de que el engreimiento de aquellos reyes tenía cierta elevación, y se dejaba fácilmente doblar, y no como Antípatro, que, bajo la apariencia de un particular con lo pobre de su manto y con la sencillez de su tenor de vida, quería disimular su poder, y por lo mismo se hacía más insufrible a los que atormentaba, siendo un ruin, déspota y tirano. Con todo, Foción libró a muchos del destierro intercediendo con Antípatro, y logró para los desterrados que no fueran como los demás excluidos del todo de la Grecia, siendo trasladados más allá de los montes Ceraunios y del Ténaro, sino que habitaran en el Peloponeso, de cuyo número fue Hagnónides el Sicofanta. Con los que quedaron en la ciudad Antípatro recondujo con blandura y justicia, manteniendo en las magistraturas a los ciudadanos urbanos y dóciles; y a los inquietos e innovadores, con el mismo hecho de no emplearlos, para que no pudieran alborotar, los tuvo sujetos y los obligó a amar el campo y las labores de él. Viendo a Jenócrates pagar el tributo de extranjería, quiso sentarle por ciudadano, pero él lo rehusó diciendo que no quería tener parte en un gobierno sobre el que había sido enviado de embajador para repugnarle.

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