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De este modo recibieron los Atenienses guarnición de los Macedonios, y por jefe de ella a Menilo, hombre bondadoso y afecto a Foción. La condición, con todo, pareció efecto de orgullo, y más bien demostración de poder para humillar que ocupación dictada por el estado de los negocios: habiéndola hecho todavía menos llevadera el tiempo en que tuvo ejecución. Porque entró en Atenas el día 20 del mes Boedromión, estándose celebrando los misterios, y precisamente cuando llevan a Iaco desde la capital a Turbada, pues, la fiesta muchos se pusieron a comparar lo que iba de los antiguos prodigios a los del día: porque antes, en las grandes prosperidades de la ciudad, se habían aparecido visiones y escuchado voces místicas, con asombro y terror de los enemigos, y ahora, en la misma festividad, eran espectadores los dioses de los más insufribles males de la Grecia, y de haber llegado al último desprecio el tiempo para ellos más santo y más dulce, haciéndose principio de la época más calamitosa. Pues, en primer lugar, algunos años antes las Dodónides habían traído un oráculo que prevenía guardasen los promontorios de Ártemis para que otros no lo tomasen, y entonces, en aquellos mismos días, las fajas con que se adornan los lechos místicos, puestas en agua para lavarse, en lugar de su color purpúreo, habían sacado otro fúnebre y de luto, lo que era de tanto mayor cuidado cuanto que las de los particulares todas habían conservado su lustre. Además, a un iniciado que estaba lavando un lechoncito en lo más claro y despejado del puerto le arrebató un ballenato, y se le comió todos los miembros inferiores del cuerpo hasta el vientre: significándoles claramente el dios que, privados del territorio bajo y marítimo, conservarían el superior y de la ciudad. Y lo que es la guarnición en nada les incomodó, a causa del comandante Menilo; pero de los ciudadanos excluidos del gobierno por su pobreza, que pasaban de doce mil, los que se habían quedado sufrían una suerte muy miserable y afrentosa, y los que por lo mismo abandonando su patria habían pasado a la Tracia, donde Antípatro les daba ciudad y tierras, parecían a los exterminados después de un sitio.

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