Rodeados por los guardias Foción y los que con él se hallaban, los demás amigos que tuvieron la suerte de no estar tan cerca, en vista de esto, o se ocultaron o huyeron, y así se salvaron. A aquellos los trajo Clito a Atenas, según decían, para ser juzgados, pero en realidad, condenados ya a morir; su conducción ofrecía un espectáculo bien triste, pues eran llevados en carros por el Ceramico al teatro; allí los tuvo reunidos Clito, hasta que los arcontes convocaron la junta, de la que no excluyeron ni a esclavo, ni a forastero, ni a hombre infame, sino que dejaron patentes a todos y a toda la tribuna y el teatro. Leyóse una carta del Rey, en la que decía que para él aquellos hombres eran traidores; pero que dejaba a los Atenienses el que los juzgasen, pues que eran libres e independientes: y como en seguida les hubiese presentado Clito, los ciudadanos de probidad y virtud, al ver a Foción, se cubrieron los rostros, y bajando los ojos no podían contener las lágrimas. Hubo, sin embargo, uno que se atrevió a decir que, habiendo dejado el Rey al pueblo un juicio como aquel, correspondía que los esclavos y los extranjeros salieran de la junta. Mas no lo llevó en paciencia la muchedumbre, y como gritasen que debían ser apedreados los oligarquistas y enemigos del pueblo, ya ningún otro se resolvió a hablar a favor de Foción. Él mismo, teniendo gran trabajo y dificultad en hacerse escuchar: “¿Cómo queréis condenarme a muerte?- les dijo- ¿injusta o justamente?” y como algunos respondiesen: “Justamente”. “Pues y esto, ¿cómo lo conoceréis- les replicó- si no me escucháis?” Nadie quería ya oír más; y entonces, saliendo más adelante: “Por mí- les dijo-, reconozco que he obrado mal, y me sentencio a muerte por mis actos de gobierno; pero a éstos, oh Atenienses, ¿por qué queréis quitarles la vida, no habiendo delinquido en nada?” Como a esta reconvención respondiesen muchos: “Porque son amigos tuyos”, se retiró Foción, y nada más dijo; pero Hagnónides leyó un decreto que tenía escrito, según el cual el pueblo debía juzgar si entendía que habían delinquido, y los reos sufrir la pena de muerte si esta declaración les era contraria.