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Habiendo sabido que Atenodoro, el llamado Cordillón, hombre de avanzada edad y muy ejercitado en la doctrina estoica, residía en Pérgamo, y que se había negado a todas las invitaciones de amistad y confianza que se le habían hecho de parte de generales y de reyes, creyó que nada adelantaría con él enviando quien le hablase y escribiéndole; por lo que, teniendo por la ley dos meses de licencia, marchó al Asia en su busca, confiado de que con sus prendas y calidades no había de salir mal en aquella adquisición. Llegado, pues, allá, entró en esta contienda, y habiéndole hecho mudar de propósito, volvió, trayéndole en su compañía al campamento, con gran satisfacción y complacencia, por haber hecho el hallazgo de una cosa de más precio y de mayor lustre que las naciones y reinos que Pompeyo y Lúculo iban entonces domando con las armas.

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