Mas el mismo Pompeyo advirtió y corrigió a los que por ignorancia habían tenido tan poca consideración con Catón; pues cuando su arribo a Éfeso iba a saludar a Pompeyo, por ser de más edad, precederle mucho en autoridad y gloria y estar al frente de grandes ejércitos, luego que éste le vio no se estuvo quedo, aguardando a que le encontrara sentado, sino que salió a recibirle como a persona muy distinguida, y le alargó la diestra; y sí, desde luego, al recibirle y saludarle hizo grandes elogios de su virtud, los hizo mucho mayores después de haberse retirado; de manera que todos volvieron su atención y sus respetos a Catón, admirando y reconociendo aquella mansedumbre y magnanimidad, por las que antes no habían hecho alto de él; y más que se echó de ver que aquel esmero de Pompeyo más bien nacía de veneración que de amor; y vieron claro que, aunque presente le miraba con admiración, no dejaba de holgarse de su ida. Porque a los demás jóvenes que se les presentaban tenía placer en detenerlos, manifestando deseos de gozar de su compañía y trato; pero respecto de Catón no se le advirtió este deseo, sino que, como si le estorbase para usar de su autoridad, le despidió con gusto, aunque a él solo de cuantos navegaban a Roma le recomendó sus hijos y su mujer, que, por otra parte, tenían deudo de parentesco con él. Desde aquel punto tuvo ya fama, y hubo solicitud y concurso de las ciudades para obsequiarle, y cenas y convites, en los que prevenía a sus amigos estuviesen atentos, no fuera que, sin querer, confirmaran lo que Curión había dicho acerca de él: porque éste, incomodado con la autoridad de Catón, de quien era íntimo amigo, le había preguntado si tenía ánimo después de la milicia de visitar el Asia, y como le respondiese Catón que sí, “Muy bien harás- le repuso-, porque así volverás de allá más afable y más manso”; diciéndoselo con estas mismas palabras.