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Habiendo sujetado de este modo y hecho dóciles a los escribientes, hizo de los negocios públicos el uso que le pareció conveniente, y en poco tiempo puso la tesorería en términos de competir en respeto con el Senado; tanto, que todos decían y tenían por cierto que Catón había igualado en dignidad con el consulado la cuestura. Porque, en primer lugar, encontrando que muchos tenían deudas antiguas a favor del tesoro, y que éste debía a muchos, a un mismo tiempo hizo cesar el agravio que la república sufría y el que causaba, exigiendo a unos con rigor e irremisiblemente y pagando a otros con fidelidad y prontitud: así el pueblo le reverenciaba, viendo pagar a los que habían sido tenidos por insolventes, y que otros cobraban lo que no habían esperado. Había muchos que presentaban indebidamente documentos y alegaban decretos falsos, que antes solían tener cabida por el favor y el ruego; pero a él nada de esto se ocultó, y dudando en una ocasión si un decreto era legítimo, aunque lo atestiguaron muchos, no les dio crédito ni concedió libramiento sin que primero compareciesen los cónsules y jurasen también. Eran muchos aquellos a quienes Sila había distribuido a razón de doce mil dracmas por dar muerte a los ciudadanos de la segunda proscripción, a los cuales todos los miraban con odio, por malvados y abominables, pero de quienes nadie se había atrevido a tomar satisfacción; mas Catón fue llamando a cada uno de los que habían recibido dinero del Tesoro público por medios injustos, y se lo hizo devolver, reconviniéndolos y echándoles en cara con enfado lo sacrílego e injusto de sus operaciones. Los así reconvenidos quedaban ya responsables de sus asesinatos, y en cierta manera condenados: llevábanlos, pues, ante los jueces, y sufrían condenaciones, con gran placer de todos, a quienes parecía que se borraba la tiranía pasada, y que veían castigado al mismo Sila.

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