Ganábase, sobre todo, el afecto de la muchedumbre su continua e infatigable vigilancia, pues ninguno de sus colegas subía al tesoro antes que Catón ni ninguno se retiraba después. No faltaba nunca ni a las juntas ni al Senado, para atender y observar a los que son fáciles en decretar por favor y condescendencia remisiones o dádivas de las deudas y contribuciones; y habiendo hecho ver el tesoro tan desembarazado y limpio de embusteros como lleno de dinero y caudales, demostró que la república podía ser rica sin ser injusta. Al principio pareció molesto y desapacible a algunos de sus colegas; pero luego se hallaron bien con él, pues hacía frente por todos a los disgustos que suelen resultar de no hacer favor ni torcer el juicio en los intereses del público. Porque con él tenían excusa para con los que los importunaban y violentaban, diciéndoles que no había medio ni recurso alguno no queriendo Catón. En el último día se retiraba a su casa, seguido, puede decirse, de todos los ciudadanos, y oyó que muchos amigos y poderosos estaban instando en el tesoro, y tenían en cierta manera sitiado a Marcelo para que escribiera en los libros como deuda cierta libranza de dinero. Eran Marcelo y Catón amigos desde niños, y aquel con éste excelente cuestor, pero solo, y de por sí, condescendiente por vergüenza con los que le rogaban y muy expuesto a dejarse vencer para hacer gracias. Retrocediendo, pues, Catón inmediatamente, y encontrando que Marcelo había sido violentado a asentar la libranza, pidió las tablas, la borró a presencia de éste, que nada le dijo, y hecho esto se lo llevó del tesoro y le acompañó a su casa, sin que ni entonces ni nunca se le quejase, sino que se mantuvo siempre con él en la misma amistad y confianza. Más es, que ni aun después de cumplido el cargo de cuestor dejó el tesoro desierto de su vigilancia, pues que tenía allí criados suyos que todos los días tomaban razón de las operaciones, y él mismo, habiendo comprado por cinco talentos unos libros que contenían las cuentas de la administración de los caudales públicos desde el tiempo de Sila hasta su cuestura, los traía siempre entre manos.