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Luego que Escipión se encargó del mando, quiso, por complacer a Juba, que se diera muerte sin distinción a los Uticenses, y que se asolara su ciudad, por ser partidaria de César; pero Catón no lo consintió, sino que, clamando y exhortando en la junta, e invocando a los dioses, aunque con trabajo, consiguió por fin desvanecer tan crueles intenciones, y ora cediendo a los ruegos de los mismos Uticenses, ora atendiendo a lo que también deseaba Escipión, tomó a su cargo guarnecer y fortificar aquella ciudad, para que ni según su voluntad ni contra ella se uniera a César, pues el país era útil para todo, y proveía suficientemente a los que le ocupasen; y aun se hizo más fuerte entre las manos de Catón. Porque introdujo en ella extraordinaria copia de víveres, y reforzó las murallas, levantando torres y formando delante del recinto grandes fosos y estacadas. Dispuso que la juventud de los Uticenses residiese en las trincheras, entregándole las armas, y que los demás permaneciesen en la ciudad, cuidando con esmero de que no se les causase la menor injusticia ni vejación por los Romanos. Remitió a las tropas del campamento armas, fondos y víveres, y en general tuvo a Utica por almacén y depósito de la guerra. El consejo que había dado antes a Pompeyo y entonces a Escipión de que no se entrara en batalla con un hombre aguerrido y temible, sino que se ganara tiempo, porque éste es el que marchita el vigor de la tiranía, lo miraba también con desprecio Escipión, por su vana arrogancia, y aun en cierta ocasión escribió a Catón tachándole de cobarde, pues que, no contento con estar quieto en una ciudad guardado con murallas, no quería dejar a los demás que, según la oportunidad, obraran decididamente como les pareciese. Replicóle Catón que estaba pronto a tomar las tropas de infantería y caballería que había traído al África, y transportarlas a Italia, haciendo de este modo que César los dejase a ellos y mudando de plan corriera en su seguimiento. Mas como también se burlase Escipión de este partido, Catón se mostró pesaroso de haberse desprendido del mando, viendo que Escipión ni era capaz de administrar bien la guerra, ni, si, contra toda esperanza, le salían las cosas felizmente, había de hacer del poder un uso moderado y legítimo. Por lo mismo formó Catón concepto, y así lo expresó a los que tenía a su lado, de que no se podían tener buenas esperanzas del resultado de la guerra, por la impericia y temeridad de los caudillos; pero que si por una feliz casualidad César fuese derrotado, sería preciso no permanecer en Roma, sino huir de la dureza y crueldad de Escipión, a quien ya se habían oído terribles y soberbias amenazas contra muchos; pero el mal vino más presto de lo que se esperaba, porque a muy alta noche llegó un correo con tres días de viaje, anunciando que, habiéndose dado una gran batalla junto a Tapso, todo se había perdido, quedando César dueño del campamento, que Escipión y Juba habían huido con muy pocos, y las demás fuerzas habían perecido.

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