Habiendo sido de este modo condenado Verres, tasó Cicerón la multa que había de sufrir en setecientas cincuenta mil dracmas; quisieron culparle presto de que por dinero había rebajado la estimación, mas ello es que los sicilianos le quedaron tan agradecidos, que cuando fue edil trajeron en su obsequio muchas cosas de la isla y se las presentaron; pero de ninguna se aprovechó, y sólo se valió del afecto de aquellos isleños para que tuviera el pueblo los frutos a un precio más cómodo. Poseía una tierra bastante extensa en Arpino, y junto a Nápoles y junto a Pompeya tenía otros dos campos no muy grandes; la dote de su mujer Terencia era de ciento veinte mil dracmas, y tuvo una herencia que le produjo unas noventa mil. Pues atenido a solos estos bienes, lo pasó liberal y sobriamente con los literatos griegos y romanos que tenía siempre consigo; muy rara vez se ponía a la mesa antes de haber caído el sol, no tanto por sus ocupaciones como por la enfermedad de estómago que padecía. Por lo tocante al cuidado de su cuerpo, en todo lo demás era nimiamente delicado y puntual; tanto, que en las fricciones y los paseos no excedía del número prefijado. Atendiendo de este modo a conservar y recrear su constitución, se mantuvo sano y en disposición de poder llevar tantas fatigas y trabajos. En cuanto a casa, la paterna la cedió a su hermano, y él habitaba junto al Palacio para que no sintieran los que le visitaban la mortificación que habrían de sentir si fueran de más lejos, y le visitaban diariamente tantos a lo menos como a Craso por su riqueza y a Pompeyo por su gran poder en los ejércitos, que eran los dos personajes más admirados y de mayor autoridad entre los Romanos, y aun Pompeyo mismo cultivaba la amistad de Cicerón, cuyo consejo y auxilio en los asuntos de gobierno le sirvieron mucho para el acrecentamiento de su poder y su gloria.