No obstante estos esfuerzos de Clodio, casi todo el orden ecuestre mudó también de vestido, y hasta veinte mil jóvenes le seguían, dejándose crecer el cabello, y acompañándole en sus ruegos. Congregado después el Senado con el objeto de hacer decretar que se mudaran los vestidos al modo que en un duelo público, como lo repugnasen los cónsules y Clodio corriese con hombres armados a la curia, se salieron de ella muchos de los senadores rasgando sus ropas y mostrándose indignados. Cuando se vio que aquel triste aspecto no excitó ni la compasión ni la vergüenza, y que era preciso, o que Cicerón se fuera desterrado, o que contendiera con las armas con Clodio, recurrió aquel a implorar el auxilio de Pompeyo, que de intento se había retirado, yéndose a la posesión que tenía junto al Monte Albano. Para esto envió primero a su yerno Pisón, a fin de que intercediese con él, y después subió el mismo Cicerón. Cuando lo supo Pompeyo no pudo sufrir que se le presentara, poseído de una gran vergüenza, al considerar que Cicerón había sostenido en la república por él grandes contiendas y le había servido en muchos negocios; pero siendo yerno de César, por complacer a éste se desentendió del debido agradecimiento, y saliéndose por otra puerta, evitó la visita. Cicerón, abandonado por él de esta manera, y careciendo de protección, acudió a los cónsules, de los cuales Gabino siempre se le mostró desafecto; pero Pisón le hizo mejor recibimiento, exhortándole a salir de Roma para librarse de la violencia y poder de Clodio, y a llevar resignadamente la mudanza de los tiempos, para poder ser otra vez el salvador de la patria, puesta por inclinación a él en tales turbaciones e inquietudes. Oída por Cicerón esta respuesta, conferenció sobre lo hacedero con sus amigos. Luculo era de dictamen que no se moviera, porque vencería; pero otros le aconsejaban la fuga, en el concepto de que bien presto el pueblo lo echaría menos, luego que no pudiera aguantar las locuras y furores de Clodio. Este fue el partido que adoptó Cicerón, y subiendo al Capitolio la estatua de Minerva que tenía trabajada en casa mucho tiempo había, y a la que daba su gran veneración, la consagró a la diosa con esta inscripción: “A Minerva, protectora de Roma”. Valióse de algunos de sus amigos para que le acompañaran, y a la media noche salió de la ciudad, haciendo su viaje a pie por la Lucania con deseo de verse en la Sicilia.