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Clodio, luego que alejó a Cicerón, quemó sus quintas y su casa, edificando en el sitio el templo de la Libertad. Quiso vender asimismo su hacienda, haciéndola pregonar todos los días, porque nadie se presentaba a hacer postura. Terrible con estos hechos a los del Senado, y asistido del favor del pueblo, ya ensayado por él a la insolencia y al desenfreno, asestó sus tiros contra Pompeyo, empezando por desacreditar algunas de las disposiciones tomadas por él en el ejército. Perdió con esto de su opinión, y ya se reprendía a sí mismo de haber abandonado a Cicerón; por lo que arrepentido trabajaba por todos los medios en procurar su vuelta por si y por sus amigos. Oponíase Clodio, y el Senado decretó que no se daría curso a ningún negocio público ni se aprobaría nada mientras no se acordase la vuelta de Cicerón. En el consulado de Léntulo tomó tal incremento la sedición, que los tribunos de la plebe fueron heridos en la plaza, y Quinto, el hermano de Cicerón, quedó tendido entre los cadáveres por muerto. Empezó ya con esto a desengañarse el pueblo, y siendo el tribuno Annio Milón el primero que se atrevió a llevar al tribunal a Clodio por causa de violencia pública, muchos acudieron a ponerse al lado de Pompeyo, así de la plebe como de las ciudades comarcanas. Presentóse con éstos, y arrojando a Clodio de la plaza, dispuso que pasaran a votar los ciudadanos, y se dice que nunca se vio una votación del pueblo tan uniforme. Yendo el Senado a competencia con el pueblo, decretó que se dieran las gracias a todas las ciudades que habían obsequiado a Cicerón durante su destierro, y que sus quintas y su casa, arrasadas por Clodio, fueran de nuevo levantadas a expensas del Erario. Volvió Cicerón a los diez y seis meses de destierro, y fue tanto el goce de las ciudades, y tal el ansia y esmero que en recibirle ponían los habitantes, que aun anduvo corto el mismo Cicerón cuando dijo que, tomándolo en hombros la Italia, lo había traído a Roma. El mismo Craso, que había sido enemigo de Cicerón antes del destierro, salió también entonces a recibirle y se reconcilió con él, en obsequio, decía, de su hijo Publio, que era uno de los admiradores de Cicerón.

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