Había aún corrido poco tiempo, y valiéndose de que Clodio se hallaba fuera de la ciudad, subió Cicerón con algún acompañamiento al Capitolio, y echó por el suelo e hizo pedazos las tablas tribunicias, que eran los registros de las operaciones de los tribunos. Increpóle sobre esto Clodio, y respondiéndole Cicerón que había sido contra ley el que de los patricios hubiera pasado el tribunado de la plebe y que, por tanto, no debía tener valor nada de lo hecho por él; se ofendió de esta respuesta Catón y la contradijo, no porque se pusiese de parte de Clodio o dejase de estar mal con sus tropelías, sino por parecerle duro y violento que el Senado decretase la abrogación de tantas y tales determinaciones y decretos, entre los que se contaba el encargo que el mismo Catón había desempeñado en Chipre y Bizancio. Desde entonces conservó con él Cicerón cierta indisposición, la cual, sin embargo, no pasó nunca a hecho ninguno público ni a otra cosa que a tratarse con cierta tibieza.