Dada la batalla de Farsalo, en la que no se halló por estar enfermo, y habiendo huido Pompeyo, Catón, que había reunido en Dirraquio bastantes fuerzas de tierra y una grande armada, deseaba que Cicerón tomara el mando, a causa de corresponderle por la ley, estando adornado de la dignidad consular; pero repugnándolo éste, y huyendo enteramente de continuar la guerra, estuvo en muy poco que no se le quitara la vida, llamándole traidor Pompeyo el joven y sus amigos, y desenvainando resueltos las espadas, a no haber sido porque Catón se puso de por medio y le sacó del campamento. Arribó a Brindis, y allí se detuvo esperando a César, que tardó en llegar a Italia por haberle llamado los negocios al Asia y al Egipto. Cuando supo que había desembarcado en Tarento, y que desde allí se dirigía por tierra a Brindis, le salió al encuentro, no sin alguna esperanza, aunque avergonzado de tener que ir a mirar la cara de un enemigo victorioso a presencia de muchos; pero no le fue necesario decir o hacer cosa que no le estuviese bien; porque César, luego que vio que, adelantándose a los demás, iba a recibirle, se apeó, le abrazó y caminó hablando con él solo algunos estadios. Desde entonces siempre le tuvo consideración y lo trató con aprecio; tanto, que en el libro que escribió contra el elogio que de Catón había formado Cicerón, le celebró este mismo opúsculo y tributó alabanzas a su vida, que dijo tenía gran semejanza con las de Pericles y Terámenes. Intitulóse el escrito de Cicerón Catón, y Anticatón el de César. Refiérese que siendo acusado Quinto Ligario por haber sido uno de los enemigos de César, y defendiéndole Cicerón, dijo César a sus amigos: “¿Qué inconveniente hay en oír al cabo de tanto tiempo a Cicerón, cuando su cliente está ya juzgado tan de antemano por malo y por enemigo?”. Mas, sin embargo, Cicerón desde que empezó a hablar movió extraordinariamente su ánimo, y hermana, habiéndose dirigido con aquel joven a Cicerón, de excitar las pasiones y en la gracia de la elocución, observaron todos que César mudó muchas veces de color, y que se hallaba combatido de diferentes afectos. Finalmente, cuando el orador llegó a tratar de la batalla de Farsalia, su agitación fue violenta, hasta temblarle todo el cuerpo y caérsele algunos memoriales de la mano; de modo que, vencido de la elocuencia, absolvió a Ligario de la causa.