Así, cuando César marchó a España, él al punto se embarcó para ir en busca de Pompeyo, y fue de todos muy bien recibido, sino solamente de Catón, quien le hizo graves reconvenciones por haberse adherido al partido de Pompeyo; porque decía que al mismo Catón no le habría estado bien el abandonar el partido que eligió desde el principio; pero que Cicerón podía haber sido más útil a la patria y a los amigos si, permaneciendo en Roma, hubiera tirado a sacar partido de los sucesos, y no que ahora, neciamente y sin ninguna necesidad, se había hecho enemigo de César y se había venido a meter en medio de tan gran peligro. Estas observaciones hicieron a Cicerón mudar de modo de pensar, y también el no haberle empleado Pompeyo en nada de importancia; pero de esto último él tenía la culpa con no negar que estaba arrepentido, con desacreditar las disposiciones de Pompeyo, con vituperar en las conversaciones todos sus proyectos y con no poderse contener de chistes y burlas pesadas contra los mismos que participaban de su suerte; pues andando él siempre triste y con ceño por el campamento, quería hacer reír a los que no estaban para ello. Pero será mejor referir aquí algunos de aquellos inoportunos chistes. Presentó Domicio para que fuese admitido entre los jefes a uno que era militar, y diciendo para recomendarle que era hombre de arreglada conducta y muy prudente, “¿Pues por qué no le guardas- le repuso- para tutor de tus hijos?”. Celebrando algunos a Teófanes de Lesbos, que era en el ejército prefecto de los artesanos, por haber dado excelentes consuelos a los rodios en ocasión de haber perdido su armada, “¿De qué nos sirve- dijo Cicerón- tener un prefecto griego?”. Llevaba regularmente César lo mejor en los encuentros, y en cierta manera los tenía cercados, y diciendo Léntulo tener noticia de que los amigos de César andaban cabizbajos, “Eso es decir- respondió Cicerón- que están mal con César”. Acababa de llegar de Italia un tal Marcio, y como dijese que la opinión que se tenía en Roma era que Pompeyo estaba cercado, “¿Conque has hecho tu viajele repuso- para asegurarte por tus ojos de si es cierto?”. Diciendo después de la derrota Nonio que debían tener buena esperanza, porque en el campamento de Pompeyo habían quedado siete águilas, “Eso sería muy bueno- le replicó Cicerón- si hiciéramos la guerra a los grajos”. Apoyándose Labieno en ciertos oráculos para sostener que Pompeyo sería vencedor, “Sí- le respondió-, con esa estratagema acabamos de perder el campamento”.