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Antígono, engreído con los sucesos de Demetrio en Chipre, al punto partió contra Tolomeo, conduciendo por sí mismo el ejército de tierra, y haciendo que Demetrio le siguiera con una poderosa armada; pero acerca del modo de terminarse aquella expedición tuvo Medio, amigo de Antígono, una visión entre sueños: porque le pareció que el mismo Antígono contendía con su ejército en la carrera de ida y vuelta, llamada Diaulo, excelentemente y con mucha prontitud al principio, pero que después poco a poco fue cediendo aquella fuerza, y al fin, cansado, hubo de aflojar, y falto de respiración con dificultad hizo la vuelta. Fatigado pues, por tierra con escaseces de toda especie, como Demetrio hubiese corrido una gran borrasca, habiendo estado expuesto a estrellarse en playas abiertas y difíciles y perdido muchas naves, tuvo que volverse sin haber hecho cosa alguna. Hallábase entonces en los ochenta años de edad o poco menos, y no estando en disposición de conducir por sí los ejércitos, más por la gran mole y pesadez de su cuerpo que por la vejez se valía del hijo, que por su buena suerte y por su pericia administraba perfectamente los mayores negocios, no incomodándole su lujo, su profusión y sus festines; porque si bien en tiempo de paz se excedía en estos desahogos, entregándose en el ocio a los placeres sin cuenta ni reparo, en la guerra estaba tan vigilante y despierto como los más sobrios por carácter. Dícese que, dominándole ya del todo Lamia, de vuelta de un viaje saludó Demetrio a Antígono besándole, y éste le dijo sonriéndose: “Parece, hijo, que besas a Lamia.” En otra ocasión había pasado muchos días en francachelas, y dando por excusa que una fluxión era la que le impedido verle, “Lo sé- respondió Antígono-; ¿pero esa fluxión era del de Taso, o del de Quio?” Habiendo sabido otra vez que se hallaba enfermo, fue a verle, y en la puerta se encontró con un jovencito muy lindo. Entró, y sentándose junto a él, le tomó la mano, y diciéndole Demetrio: “Ahora mismo se ha ido la calentura”, “Cierto- le contestó-, hijo mío, en la puerta la he encontrado yo cuando entraba”. ¡Con tanta indulgencia llevaba estos extravíos del hijo por su conducta en lo demás! Porque los Escitas, mientras beben y se embriagan, tiran las cuerdas de los arcos, como para despertar el valor relajado por el placer; pero Demetrio, entregándose del todo, ora al placer y ora al cuidado, sin mezclar nunca estas cosas entre sí, no era por eso menos activo en los preparativos de la guerra.

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