Pasó Demetrio al Peloponeso, y no haciéndole frente ninguno de los enemigos, porque todos huían y abandonaban las ciudades, puso a su obediencia la región llamada Acte y la Arcadia, a excepción de Mantinea, y rescató a Sicione, Argos y Corinto, dando cien talentos a los que las tenían en custodia. Celebrándose en Argos las fiestas de Hera, presidió a los combates y a toda la solemnidad, y se casó con Deidamía, hija de Eácides, rey de los Molosos, y hermana de Pirro. Decía que los Sicionios habitaban fuera de la ciudad, y los persuadió a que la trasladaran al sitio que ahora ocupa: y ellos con el sitio le mudaron también el nombre, llamándola Demetría de en vez de Sicione. Habiéndose reunido en el Istmo una junta general, que fue sumamente concurrida, se le nombró generalísimo de la Grecia, como antes se había hecho con Filipo y Alejandro, a quienes él pensaba hacer grandes ventajas, deslumbrando con la presente fortuna y con el gran poder a que por ella había llegado. Alejandro a ninguno de los otros reyes los rebajó de este dictado, ni a sí mismo se dio el título de rey de reyes, sin embargo de que muchos le debían la dignidad y el nombre; Demetrio, en cambio, hacía mofa y escarnio de los que llamaban rey a cualquiera otro fuera de él y su padre, y en los banquetes oía con gusto a los que brindaban por el rey Demetrio, por el jefe de los elefantes Seleuco, por el general de la armada Tolomeo, por el tesorero Lisímaco, por el Siciliano Agatocles, gobernador de las islas. Instruidos aquellos reyes de estas puerilidades, todos las tomaron a risa, a excepción de Lisímaco, que se mostró muy enfadado, diciendo: “¿Si me habrá tenido por castrado Demetrio?”, porque comúnmente para tesorero se echa mano de los eunucos. Era siempre Lisímaco el que más le odiaba, y para motejarle por sus amores con Lamia, dijo: “Ahora, por la primera vez, se ha visto una ramera salida de la escena trágica”: a lo que replicó Demetrio ser más honesta y recatada esta ramera que su Penélope.