Agregósele entonces haber también señales contrarias, que cortaron los vuelos a su espíritu, porque a Demetrio le pareció que entre sueños le preguntaba Alejandro, magníficamente armado, qué señal era la que iban a dar para aquella batalla, y que, habiéndole él respondido que “Zeus y la victoria”, le había contestado: “Pues voyme ahora a los enemigos, porque ellos me recibirán”; y Antígono, al salir, cuando va estaba ordenada la hueste, tropezó y cayó de bruces, habiéndose hecho bastante daño; y levantándose, tendidas las palmas al cielo, pidió a los dioses la victoria o una muerte imprevista antes de la derrota. En el acto de embestir, Demetrio, que mandaba la mayor y mejor parte de la caballería, vino a caer al frente de Antíoco, hijo de Seleuco, y habiendo peleado valerosamente hasta haber rechazado a los enemigos, en el alcance, que fue seguido con más calor y arrojo del que la oportunidad sufría, malogró la victoria; porque al retirarse no le fue dado volver a incorporarse con la infantería a causa de haber interpuesto los elefantes, y viendo Seleuco el cuerpo del ejército privado de la protección de la caballería, hizo como que cargaba para envolverlo y se propuso dar ocasión a que los soldados mudaran de ánimo y se le pasasen, lo que así sucedió: porque un grandísimo número, que estaba cortado, al punto fue a incorporarse en sus filas, y los demás huyeron. Corrían muchos hacia Antígono, y diciéndole uno: “Contra ti vienen éstos ¡oh rey!” “¿Pues contra quién han de venir sino contra mí?- respondió-; mas ya volverá Demetrio en mi auxilio”; y mientras estaba con esta esperanza mirando si vendría el hijo, siendo muchos a tirarle saetas a un tiempo, cayó muerto. Todos los demás sirvientes y amigos al punto le abandonaron, quedando solamente en custodia del cadáver Tórax de Larisa.