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Su entierro vino a tener también un aparato propiamente trágico y teatral, porque su hijo Antígono, luego que tuvo noticia de que se le enviaban las cenizas, movió con todas sus naves, salió hasta las islas a recibirlas, y cuando le fueron entregadas, puso en la galera capitana la urna, que era toda de oro. Las ciudades adonde arribaron ciñeron de coronas la urna, y dispusieron que ciertos ciudadanos vestidos de luto acompañaran la pompa fúnebre. Dirigióse la escuadra a Corinto, y desde luego se descubría en la popal la urna adornada con la púrpura y diadema reales, y custodiada por una guardia de jóvenes armados. Jenofanto, que era entonces el flautista de más crédito, estaba sentado allí junto, y tañía el aire más lúgubre y sagrado, y moviéndose a su compás los remos resultaba un ruido con cierta modulación semejante al que hay en los duelos cuando en los intervalos de la música se oyen los lamentos y gemidos; pero, sobre todo, el ver a Antígono tan afligido y lloroso fue lo que más contristó y movió a compasión y lástima a todo el inmenso gentío que había acudido a la orilla del mar. Hechas que le fueron en Corinto magníficas exequias, poniendo nuevas coronas en la urna, llevó Antígono a depositar aquellos despojos a Demetríade, ciudad que tomaba de él su nombre, y que había sido fundada de muchas aldeas a las orillas del golfo Yólquico. La familia que dejó Demetrio fueron Antígono y Estratonica, de File; dos Demetrios, el uno, a quien llamaron el Flaco, de una mujer del Ilirio, y el otro, que quedó reinando en Cirene, de Tolemaida y de Deidamía Alejandro, que pasó su vida en el Egipto, diciéndose que tuvo además de Eurídice otro hijo llamado Corrabo. Descendió por sucesiones, reinando su linaje hasta Perseo, que fue el último, bajo el cual los romanos subyugaron la Macedonia. Concluido ya el drama trágico del Macedonio, tiempo es de que pasemos a la representación del Romano.

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