Demetrio, además de haberse resignado desde luego con tranquilidad a aquella malaventura, se acostumbró fácilmente después a la vida que se le precisaba llevar, y aunque al principio hacía algún ligero ejercicio corporal, cazando o paseando, poco a poco se fastidió y cansó de él, y se entregó del todo a banquetear y jugar, pasando en esto la mayor parte del tiempo, bien fuese por huir de las reflexiones que hacía sobre su suerte en los ratos de cordura y vigilia, tratando de ofuscar de intento sus pensamientos con la embriaguez, o bien por haberse convencido de que, siendo aquella la vida a la que le llamaba su carácter, y la que ya antes había deseado y seguido neciamente y por una gloria vana se había desviado de ella para causarse a sí mismo y causar a otros las mayores inquietudes y pesadumbres, mientras buscaba en las armas, en las escuadras y en los ejércitos el bien que ahora, sin esperarlo, había encontrado en el ocio, en la quietud y en el descanso. Porque al cabo, ¿cuál otro puede ser el término de la guerra para los miserables reyes, torpe y malamente engañados, no sólo por ir en pos del regalo y del deleite, en lugar de seguir la virtud y la honestidad, sino porque ni siquiera saben gozar verdaderamente de los placeres y de las delicias? Demetrio, pues, al cabo de tres años de estar en aquel encierro, con la desidia, con la plenitud de humores y con el desarreglo en la bebida, llegó a enfermar, y murió a la edad de cincuenta y cuatro años, y Seleuco, además de haber sido censurado, él mismo tuvo grande disgusto y arrepentimiento de haber entrado en sospechas contra Demetrio y no haber sabido imitar a Dromiqueta, que, con ser Tracio y bárbaro, trató tan humana y regiamente a su cautivo Lisímaco.