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Después de estos sucesos, César se, restituyó a Roma, creyéndose que, según su debilidad, su vida no sería larga; pero Antonio, dirigiéndose a las provincias de Oriente para adquirir fondos, pasó por la Grecia al frente de un numeroso ejército, porque, habiendo prometido a cada soldado cinco mil dracmas, se veía en la precisión de recoger cuantiosas sumas y hacer grandes exacciones. Sin embargo, con los Griegos no se portó dura y molestamente, y más bien les fueron agradables su genio festivo en las conversaciones con los eruditos, su asistencia a los juegos y a las iniciaciones y su blandura en los juicios complaciéndose en oírse apellidar amigo de los Griegos, y todavía más amigo de los Atenienses, a cuya ciudad hizo muchos donativos. Como quisiesen con este motivo los de Mégara mostrarle alguna cosa apreciable en contraposición de Atenas, y deseasen, sobre todo, que viese su casa de consejo, subió allá; y preguntándole después de haberla visto qué le parecía: “Pequeña- les respondió-, pero vieja”. Pasó también a medir el templo de Apolo Pitio, con ánimo de restaurarlo, porque así lo había ofrecido al Senado.

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