Luego que, habiendo desembarcado, pusieron mano a la guerra y estuvieron al frente del enemigo, oponiéndose Antonio a Casio, y César a Bruto, ninguna hazaña notable se vio de César, sino que a Antonio era a quien se debían las victorias y los triunfos. Porque en la primera batalla, derrotado César por Bruto, perdió el campamento, y fue muy poco lo que en la fuga se adelantó a los que iban en su alcance; aunque, según escribió en los Comentarios, habiendo tenido uno de sus amigos un ensueño, se retiró antes de la batalla; Antonio, en cambio, venció a Casio, no faltando, sin embargo, quienes escriban que Antonio no se halló en la batalla, sino que después de ella alcanzó a los que perseguían a los enemigos. A Casio, Píndaro, uno de sus más fieles libertos, a petición y ruego suyo lo pasó con la espada, porque no sabía que Bruto había quedado vencedor. Al cabo de pocos días se dio otra batalla, y siendo vencido Bruto, se quitó la vida, debiéndose principalmente a Antonio la gloria de este triunfo: bien que César se hallaba a la sazón enfermo. Puesto ante el cadáver de Bruto, por un momento le echó en cara la muerte de su hermano Gayo a quien la había dado Bruto en Macedonia en venganza por Cicerón; pero diciendo que más bien que Bruto era culpable Hortensio de la muerte del hermano, mandó que Hortensio fuese pasado a cuchillo sobre su sepultura; y encima del cadáver de Bruto arrojó su manto de púrpura, que era de grandísimo precio, y encargó a uno de sus propios libertos que cuidara de darle sepultura. Supo más adelante que éste no había quemado el manto con el cadáver, y que había escatimado alguna parte de la suma que se decía invertida en el entierro, e hizo darle muerte.