Estaba Sexto Pompeyo apoderado de la Sicilia, y talaba la Italia por medio de muchas naves corsarias, mandadas por el pirata Menas y por Menécrates, con lo que hacía el mar intransitable: y habiéndose portado benignamente con Antonio, porque había dado hospedaje a su madre, huída de Roma con Fulvia, les pareció conveniente avenirse también con él. Reuniéronse al efecto en el promontorio Miseno y punta de él que da sobre el mar, arribando Pompeyo con su escuadra, y siendo escoltados Antonio y César por su infantería. Convenidos en que Pompeyo tendría la Cerdeña y la Sicilia, bajo la condición de limpiar el mar de piratas y de enviar a Roma una cantidad determinada de trigo, se convidaron a cenar recíprocamente, y sorteando quien sería el primero que agasajara a los otros, le cupo la suerte a Pompeyo. Preguntóle Antonio dónde cenarían, y le respondió: “Aquí (señalando la galera capitana de seis órdenes); porque esta es -añadió- la casa paterna que le ha quedado a Pompeyo”; lo que decía para zaherir a Antonio, que se había hecho dueño de la casa del padre de Pompeyo. Aferrando, pues, la nave con las áncoras, y formando una especie de puente desde el promontorio, les hizo el más amistoso recibimiento. Estaban en lo mejor del convite y en la fuerza de los dichos punzantes lanzados contra Cleopatra y Antonio, cuando el pirata Menas se acercó a Pompeyo de manera que los otros no lo oyeron, y “¿Quieres- le dijo- que pique los cables de la nave, y te haré señor, no sólo de Sicilia y Cerdeña, sino del imperio de los Romanos?” Al oírlo Pompeyo se quedó pensativo por algún tiempo, y luego le respondió: “Valía más, Menas, que, lo hubieras hecho sin prevenírmelo; ahora debo respetar el estado presente, porque no es de mi carácter el ser un perjuro”. Habiendo sido convidado del mismo modo después de ambos, navegó la vuelta de Sicilia.