Aunque esto parecía haberse concluido a satisfacción, siendo necesario darle mayor consistencia, la fortuna la proporcionó: porque Octavia era hermana mayor de César, bien que no de la misma madre, pues era hija de Ancaria, y éste nacido después de Acia. Amaba sobremanera a la hermana, que se dice haber sido ejemplo maravilloso de mujeres. Hallábase viuda de Gayo Marcelo, muerto poco había, y parecía que, habiendo fallecido Fulvia, se hallaba también viudo Antonio; pues, aunque no negaba sus relaciones con Cleopatra, no confesaba estar casado, siendo esto lo único en que parecía haber lidiado contra el amor de la Egipciaca. Insistían todos en esta otra boda, esperando que, reuniendo Octavia con una gran belleza una admirable gravedad y juicio, si se enlazaba con Antonio y era de él amada como a sus sobresalientes calidades correspondía, había de ser un poderoso vínculo para la salud y concordia de unos y otros. Luego que se pusieron de acuerdo, subieron a Roma para celebrar el matrimonio de Octavia, y no permitiendo la ley que la mujer viuda se casara antes de los diez meses de la muerte del marido, el Senado, por un decreto, le dispensó el tiempo que faltaba.