Mortificó este suceso, como era indispensable, a todo el ejército de Antonio, por haber sufrido tan inesperado descalabro, y Artavasdes, rey de Armenia, abandonando el partido de los Romanos, se retiró con sus tropas, a pesar de que había sido el principal instigador de aquella guerra. Acudieron con intrepidez los Partos contra los sitiadores, haciéndoles injuriosas amenazas, y no queriendo Antonio que estando el ejército en inacción prendiera y se aumentara en él el desaliento, tomó diez legiones, tres cohortes pretorias de infantería y todos los caballos, y marchó con estas tropas a acopiar víveres, pensando que así atraería mejor a los enemigos y vendrían a una batalla campal. Había hecho un día de marcha, y viendo que los Partos le iban alrededor, buscando el caer sobre él en el camino, puso en el campamento la señal de batalla, y levantando después las tiendas, como si no hubiera de pelear, pasó por delante de la hueste de los bárbaros, que estaba formada en media luna, dando la orden de que cuando se viera que los más avanzados de los enemigos estaban al alcance de los legionarios, les diera una carga de caballería. A los Partos, que se mantenían a distancia, les pareció superior a todo elogio la formación de los Romanos, y observaban atentos cómo iban pasando con ciertos claros compasados, sin desorden y en silencio, blandiendo las lanzas. Dada la señal, acometió con algazara la caballería; los Partos se defendieron en sus puestos, aunque desde luego estuvieron al alcance de los dardos; mas cuando acometió la infantería, espantados los caballos de los Partos con sus gritos y el estruendo de las armas, y asustados también estos mismos, dieron a huir antes de venir a las manos. Siguióles Antonio el alcance concibiendo esperanza cierta de que con aquella batalla, o se daba fin a la guerra, o se estaba cerca de él; pero cuando, después de haberlos perseguido los infantes por espacio de cincuenta estadios y la caballería por tres tantos más, se halló, al hacer el recuento de los muertos y cautivos, que éstos no eran más que treinta y aquellos no pasaban tampoco de ochenta, fue grande la incertidumbre y desaliento en que cayeron, al hacer la triste reflexión de que, si vencían, no acababan sino con un número muy corto, y si eran vencidos, tenían una pérdida tan terrible como la que tuvieron en la acción en que perdieron los carros. Movieron al día siguiente para volver al sitio y campamento delante de Fraata; y al principio dieron en el camino con unos cuantos enemigos, después con muchos más, y por fin con todos, que como invictos y con nuevas fuerzas los provocaban e intentaban acometerles por todas partes; tanto, que no sin gran dificultad y trabajo pudieron llegar salvos al campamento; y como los Medos de adentro hubiesen hecho una salida contra las trincheras y hubiesen infundido terror en las avanzadas, irritado Antonio recurrió a la pena de diezmar a los que se habían manifestado cobardes, porque, formándolos por decenas, de cada una pasó por las armas al que le tocó la suerte, y a los que quedaron mandó que, en lugar de trigo, les distribuyeran cebada.