Su intención era regresar por el mismo camino, que era llano y despejado de árboles; pero un Árabe del país de los Mardos, que en gran parte había contraído la costumbre de los Partos, y que ya se había mostrado fiel a los Romanos en la batalla de las máquinas, se llegó a Antonio y le previno que se retirara llevando siempre los montes a la derecha, y no expusiera un ejército, en su mayor parte de infantería y armado pesadamente, en un terreno desnudo y abierto a las cargas y a las saetas de una caballería tan numerosa; pues ésta había sido la intención de Fraates en hacerle abandonar el sitio bajo condiciones tan benignas, y que él mismo le guiaría por un camino mucho más corto, y en el que tendría mayor abundancia de víveres. Antonio, al oírle, se puso a reflexionar, y aunque por una parte no quería que pareciese desconfiaba de los Partos después del tratado, por otra le era muy grato el atajo del camino y el que la marcha fuese por aldeas habitadas; así, pidió al que quería ser conductor alguna prenda para creerle. Prestóse él a que le tuvieran aprisionado hasta haber puesto el ejército en la Armenia, y por dos días fue de guía atado sin que ocurriese novedad; pero al tercero, cuando ya Antonio no pensaba en los Partos, y por la misma confianza caminaba sin la menor cautela, observó el Mardo que una presa que había en el río estaba recientemente rota, y el agua se derramaba con abundancia por el camino que había de llevar, lo que le hizo comprender que aquello era obra de los Partos, con el objeto de que el río los enredara y detuviera. Hizo, pues, que Antonio lo viese y observase, para que viniera en conocimiento de que los enemigos estaban cerca, y aun no había acabado de formar sus tropas, disponiendo una carga de los ballesteros y honderos contra los enemigos, cuando ya se presentaron los Partos, y corrieron a envolver y cortar por todos lados el ejército. Marcharon contra ellos las tropas ligeras; y causando en éstas muchas heridas con sus tiros, y no recibiéndolas menores de las saetas y pelotas de plomo que se les arrojaban, se retiraron. Repitieron otra vez el mismo choque, hasta que, volviendo los Celtas contra ellos sus caballos, los acometieron con viveza y los dispersaron, sin que en todo aquel día volvieran a parecer.